viernes, 8 de mayo de 2009

Los buenos padres conversan, los padres brillantes dialogan.


Por Augusto Cury

Este hábito contribuye
a desarrollar la solidaridad, el compañerismo, el placer
de vivir, el optimismo, la inteligencia interpersonal.


Los buenos padres conversan, los padres brillantes dialogan. Entre conversar y dialogar hay un gran va­lle. Conversar es hablar sobre el mundo que. nos rodea, dialogar es hablar sobre el mundo que somos. Dialogar es contar experiencias, es secretear sobre lo que está ocul­to en el corazón, es penetrar más allá de la cortina de los comportamientos, es desarrollar inteligencia inter­personal.
La mayoría de los educadores no logra atravesar es­ta cortina. De acuerdo con un estudio que realicé, más del 50% de los padres nunca tuvieron el valor de dia­logar con sus hijos sobre sus miedos, pérdidas, frus­traciones.
¿Cómo es posible que padres e hijos vivan bajo el mismo techo por años y sigan completamente aisla­dos? Dicen que se aman, pero gastan poca energía en cultivar el amor. Se preocupan de la pared rajada, de los problemas del automóvil, pero no se preocupan por las rajaduras de la emoción y los problemas de la relación.


Cuando una simple canilla pierde, los padres se preocupan por repararla. Pero ¿pierden tiempo dialo­gando con sus hijos para ayudarlos a reparar la alegría, la seguridad o la sensibilidad que se disipa?
Si tomáramos todo el dinero de una empresa y lo tiráramos a la basura, estaríamos cometiendo un gran crimen contra ésta. Iría a la quiebra. ¿No habremos co­metido este crimen contra la más fascinante empresa social —la familia—, cuya única moneda es el diálo­go? ¿Si destruimos el diálogo, cómo se sostendrá la re­lación "padres e hijos"? Irá a quiebra.


Debemos adquirir el hábito de reunimos por los menos semanalmente con nuestros hijos, para dialo­gar con ellos. Debemos darles libertad para que pue­dan hablar de sí mismos, de sus preocupaciones y de las dificultades de relación con los hermanos y con no­sotros, sus padres. Ustedes no imaginan lo que estas reuniones pueden provocar.


Si los padres nunca les contaron a sus hijos sus sue­ños más importantes, y tampoco oyeron de ellos sus mayores alegrías y sus decepciones más fuertes, conformarán un grupo de extraños y no una familia. No hay magia para construir una relación sana. El diálo­go es insustituible.

Buscando amigos
Hay un mundo por descubrir dentro de cada jo­ven, incluso de los más complicados y aislados. Mu­chos jóvenes son agresivos y rebeldes, y sus padres no se dan cuenta de que ellos están gritando a través de sus conflictos. Los comportamientos inadecuados muchas veces son clamores que imploran la presencia, el cariño y la atención de los padres.


Muchos síntomas psicosomáticos, tales como do­lores de cabeza o abdominales, también son gritos si­lenciosos de los hijos. ¿Quién los oye? Muchos padres llevan a sus hijos a psicólogos, lo cual puede ayudar, pero, en el fondo, lo que ellos están buscando es el co­razón de los padres.


Una sugerencia: si usted está en condiciones, des­conecte la televisión abierta y quédese sólo con los ca­nales de cable. Si toma esta actitud, probablemente se sorprenderá del salto en la relación de sus hijos con sus hermanos y con usted. Serán más afectuosos, dia­logarán más, tendrán más tiempo para jugar y diver­tirse. Verán menos canales con groserías y más cana­les contemplativos, que hablan sobre la naturaleza y ciencias.


¿Y el que no tenga televisión de cable? Aquí va otra sugerencia para todos los padres, todavía más importante que la primera. La llamo "proyecto de educación de la emoción" (PEE): desconecten la televisión du­rante una semana completa cada dos meses y hagan cosas interesantes con sus hijos. Planeen pasar seis se­manas a lo largo del año con ellos. Padres e hijos, aun­que no viajen a lugares lejanos, deben viajar uno den­tro del otro.


Decidan qué hacer. Ir a la cocina juntos, inventar nuevos platos, contarse chistes, hacer teatro familiar, plantar flores, conocer cosas interesantes. Quédense todas las noches con sus hijos durante esas semanas. Hagan del PEE un proyecto de vida.


A pesar de ser especialista en conflictos psíquicos, yo también me equivoco, y no pocas veces. Pero lo im­portante es saber qué hacer con los errores. Ellos pue­den construir la relación o destruirla. Muchas veces, pedí disculpas a mis hijas, cuando exageré en mis con­ductas, hice juicios precipitados o levanté la voz inne­cesariamente. Así, ellas aprendieron conmigo a discul­parse y a reconocer sus excesos.


Algunas personas me vieron tomar esta actitud y quedaron impresionadas. Decían: "¿Cury está discul­pándose con sus hijas?" Nunca habían visto a un pa­dre reconocer errores y disculparse, mucho menos a un psiquiatra. Muchos hijos de psicólogos y psiquiatras adquieren conflictos porque los padres no se hu­manizan, no logran hablarles al corazón y ser admira­dos por ellos.


No quiero hijas que me teman, quiero que ellas me amen. Afortunadamente, nos adoran a mí y a mi espo­sa. Si hay amor, la obediencia es espontánea y natural.


La perla del corazón
Abrazar, besar y hablar espontáneamente con los hijos cultiva la afectividad, rompe los lazos de la sole­dad. Muchos europeos y americanos sufren de profun­da soledad. No saben tocar a sus hijos y dialogar abier­tamente con ellos. Viven en la misma casa, pero viven en mundos diferentes. El contacto y el diálogo son má­gicos, crean una esfera de solidaridad, enriquecen la emoción y rescatan el sentido de la vida.


Muchos jóvenes se suicidan en los países desarro­llados porque raramente alguien entra en su mundo y es capaz de escucharlos sin prejuicios. Existe un con­cepto equivocado en psiquiatría sobre el suicidio. Quien comete suicidio no quiere matar la vida, sino su dolor.


Todas las personas que piensan en morir en el fondo tienen hambre y sed de vivir. Lo que ellas quieren des­truir es el sufrimiento causado por sus conflictos, la soledad que las abate, la angustia que las agobia. Diga esto a las personas deprimidas, y verá brotar la esperanza en su interior. En mi caso, pude ayudar a mu­chos pacientes a encontrar valor para cambiar el rum­bo de sus vidas diciéndoles estas palabras. Algunos en­traban en el consultorio deseando morir, pero salían convencidos de que amaban desesperadamente vivir.


En una sociedad en que padres e hijos no dialogan, la depresión y otros trastornos emocionales en­cuentran un medio de cultura ideal para crecer.


Estamos en la era de la admiración. O sus hijos lo admiran o usted no tendrá influencia sobre ellos. La verdadera autoridad y el sólido respeto nacen a través del diálogo. El diálogo es una perla oculta en el cora­zón. Tan cara y tan accesible. Cara, porque oro y pla­ta no la compran; accesible, porque el más miserable de los hombres puede encontrarla. Búsquela.

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